Lun. Abr 14th, 2025
Decía Luchino Visconti que el cine es un trabajo de artesanía, pero a veces también resulta un ejercicio de valentía o una tabla de salvación. Para Javier Giner (Barakaldo, 1977), creador y director de la serie Yo, adicto, siempre supuso un lugar seguro, un sitio donde se sentía abrazado y reconocido. Y por eso ha confiado en la ficción, de la mano de Aitor Gabilondo, para contar una experiencia tan íntima como su proceso de desintoxicación a través de seis capítulos protagonizados por Oriol Pla. Como ya hizo en el libro editado por Paidós y que se titula igual que la serie, Giner –que ha sido jefe de prensa en la productora
El Deseo y responsable de prensa de actores y directores– se abre en canal para desestigmatizar la adicción y los trastornos de salud mental derivados. El resultado es una serie profundamente humana que rompe tabúes y prejuicios sobre un tema del que todavía da reparo hablar abiertamente. La obra ha obtenido reconocimientos como dos premios Feroz y un premio Cygnus.

“Perdí el control. Entré en el terreno de la locura. Me convertí en adicto”
El trailer de “Yo, adicto”. Estrenamos en @sansebastianfes y el 30 de octubre en @DisneyPlusES 💙 pic.twitter.com/KQAx51roTk

— Javier Giner 🏳️‍🌈 (@j_giner) September 11, 2024 » onerror=»continue» />

Hay muchos temas de los que no hablamos de forma madura. Los reducimos a estereotipos, como el imaginario colectivo en torno a lo que consideramos un yonqui. No solo pasa con la adicción, también con otros trastornos de salud mental. Hasta que no vives en primera persona alguna enfermedad, o no tienes a alguien cerca que la padezca, hablas desde un desconocimiento total. Uno de mis propósitos, también con el libro, era desestigmatizar un mundo del que aún hay mucha ignorancia. Hay personas que han visto la serie y me han dicho que les ha ayudado a identificarse y darse cuenta de que eso que ven en la pantalla les está pasando a ellos. La ficción tiene ese poder.
¿Diría que tenemos un arquetipo reducido de la persona adicta?
En la serie se muestra ese rechazo en forma de rabia y de negación, especialmente en la escena donde el protagonista decide irse.
El adicto suele ser la última persona en considerarse como tal. Hay dos cosas que se ponen en juego cuando tocas fondo: la negación y la poca conciencia de la enfermedad. Yo repetía que no era ningún adicto porque para mí alguien enfermo es el que se despierta a las nueve y vacía una botella de vod-ka. Eso es lo primero que hay que desmontar, y eso es lo primero que aprendí sobre mi enfermedad cuando ingresé en la clínica. Parte del proceso es aceptar que estás enfermo, y no es nada fácil. Incluso cuando te has visto en lo peor, necesitas situarte por encima del resto.
Hay un momento clave de identificación con una persona ingresada con quien el protagonista conecta. Ahí también se ve una defensa de lo colectivo.
A mí me salvó la vida que una persona me descubriera la dignidad que tenía y que era incapaz de ver en un momento muy difícil, entonces cómo no voy a defender los vínculos y el poder que tiene que alguien te tienda la mano, incluso en momentos en los que no lo mereces.
Esta defensa de lo colectivo choca con la época actual, porque estamos más solos y a la vez más conectados que nunca. ¿Considera que las redes facilitan o dificultan los lazos?
El problema no son las redes sociales, que son fantásticas, sino el uso que les damos. Gracias a las redes tenemos acceso a muchas cosas y personas a las que no podríamos acceder de otro modo, así que el problema comienza cuando sustituimos lo digital por los vínculos reales. Si en lugar de quedar con tus amigos un domingo prefieres pasarte el día viendo posts y conectando con desconocidos, quizá eso es lo tóxico. Yo a veces me veo buscando validación externa en Instagram y eso no soluciona ningún problema que pueda tener… al revés, lo agrava. Hay comportamientos adictivos en los que sigo cayendo, lo importante es ser consciente de ello.
¿Diría que todos somos adictos a algo, en mayor o menor medida?
Sin duda. Parto de la idea de que todos somos adictos a ciertas cosas, y que todos estamos de alguna manera en lucha con nosotros mismos. El objetivo no es convertirse en un ser perfecto al que no le afecta nada. Yo me descubro en comportamientos adictivos continuamente. A veces me siento frustrado y solo, y me siento un completo imbécil, y me da por caer en atracones (trastorno alimentario). De pronto me pido una pizza familiar y me la como entera. Realmente no tengo tanta hambre, lo hago por llenar un vacío emocional. Ocurre lo mismo con las redes sociales cuando echo muchas horas ‘scrolleando’ y veo que se me ha ido el día en eso.
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Giner también escribió un libro sobre su proceso para superar la adicción. Foto:X: @j_giner

¿Se idealiza la desintoxicación, como si quien saliera de ella tuviera que ser perfecto?
En la serie hay un momento en el que un personaje dice algo así como “desintoxicarte no te convierte en la persona más lista del planeta”. Es importante recalcar esto, porque yo sigo estando frustrado, la pérdida me duele, sigo cometiendo errores. La diferencia es que antes destrozaba mi vida y también a la gente que tenía alrededor, y ahora no. Antes huía de todo el dolor y los problemas, ahora tengo herramientas para no irme al pozo.
Al tratar un tema tan espinoso, ¿tuvo miedo de que la ficción que creara se volviera ejemplarizante, que lo tomaran como referente?
En la serie se muestra cómo el camino de la desintoxicación es único, íntimo y personal. Yo no puedo crecer o cambiar por nadie, pero sí me parecía importante recordar que siempre hay una salida. Nunca me preocupó que la ficción fuera ejemplarizante porque no lo enfocamos así, sino que mostramos cómo se puede pedir ayuda, cómo se puede dejar claro que no estás solo y que no hay que tener vergüenza por pedir ayuda. No he creado la serie para dar una guía de cómo hacer las cosas, es solo mi experiencia personal.
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¿Siente que ha cerrado una etapa con esta serie?
Pues sí. Tengo una sensación de cuando cambias de trabajo y de repente ves claro que esa etapa terminó y empieza otra. Todavía no estoy ahí porque la serie aún es reciente, pero sí reconozco que estoy bastante cansado de hablar de mí. Estoy harto de escucharme, pero a la vez es muy bonito recibir el feedback de la gente y ver cómo ha ayudado a muchas personas. No es una satisfacción vanidosa, el ego lo tengo bien colocado, sino que es una especie de vinculación con el otro. Me gusta ver cómo se me acercan sin el disfraz social a decirme que mi historia les ha hecho sentir menos solos, que les ha cambiado la vida.
El proceso de desintoxicación va más allá del consumo de drogas y también implica un cambio en el modo de relacionarse con los demás. ¿Diría que es una serie optimista?
En la vida de todo adicto ese proceso de reparación existe, pero comienza cuando uno se responsabiliza de lo que ha dicho y hecho. Estar enfermo no nos resta responsabilidad de nuestros actos. He cumplido 16 años de sobriedad absoluta y sigo pidiendo disculpas por cosas del pasado. Si yo no acepto todo lo que hice y dije, es imposible reparar nada. Por ejemplo, para reparar todo lo que yo hice sufrir a mi madre, que es la persona a la que más quiero en el mundo, me tengo que responsabilizar del daño, y eso cuesta. Sentarse frente a alguien que quieres y pedir disculpas por un dolor que tú has causado no es fácil, pero a eso también se aprende. A saber pedir disculpas.
¿Qué opina de esa frase tan manida de que las crisis nos hacen más fuertes?
Como frase de autoayuda de Instagram me parece aberrante, no creo que sea necesario sufrir para crecer. Si tienes una crisis, probablemente sí sea una oportunidad, pero lo que yo pasé es absolutamente innecesario, no se lo recomiendo a nadie. Si puedes ahorrarte la crisis, vas a vivir mejor. El discurso de la necesidad de tocar fondo para convertirte en tu mejor versión me da bastante asco, porque en ese descenso a los infiernos no solo te destruyes a ti, destruyes a la gente que está a tu alrededor. Si miro atrás, pienso que me lo podía haber montado mejor.

Lo de Oriol Pla en «Yo, adicto» es una de las mejores interpretaciones que jamás haya visto en una serie.
Se desnuda emocionalmente como pocas veces he visto. Qué barbaridad. https://t.co/WWeklYSCNM pic.twitter.com/CyjuGXw103

— Nico 🎧🎬 (@nicovegadiez) January 15, 2025 » onerror=»continue» />

El cine aparece como un pilar importante de la serie, una tabla de salvación. ¿Diría que la ficción ha sido un refugio?
Por supuesto, junto con la literatura. Igual suena cursi, pero para mí la ficción supuso un espacio donde me sentía abrazado. Hay que tener en cuenta que crecí en un Barakaldo muy gris, en una España que no era como la actual. En ese contexto, el cine me permite identificarme por primera vez con sentimientos y emociones que me resultaban más cercanas que lo que me rodeaba en la realidad. Recuerdo ver La ley del deseo y pensar, aún sin ponerle nombre, que yo era como esa persona que aparecía en la pantalla.
 En realidad he hecho una serie que replica en cierta manera lo que sentí en la infancia, es una forma de devolver ese abrazo. Quiero que sirva para que todas esas personas que se sienten solas, o muertas de vergüenza, o están perdidas, reciban un abrazo. No voy a decir que el cine salve vidas o cambie el mundo, pero creo que sí modifica nuestro paso por él y cambia nuestra percepción de las cosas, y eso es valiosísimo.
Antes mencionaba que era una serie humanista, algo que tiene mucho que ver con la fe.
(También: ‘Adolescencia’, ¿por qué esta serie tiene hablando a los expertos en salud mental?)
Soy la persona más atea que puedes conocer, pero tengo mucha fe en el ser humano. La utopía y el idealismo son hoy más necesarios que nunca. Igual que desayunamos todos los días con auténticos horrores, desde genocidios hasta victorias electorales que no hay quien las comprenda o discursos supremacistas… También es importante recordar que hay muchas personas anónimas que a diario están salvando vidas de otros seres humanos, como puede ser Anais López, mi educadora social. Esas personas pasan desapercibidas y nadie las valora, no salen en televisión ni están en alfombras rojas, pero el mundo se sostiene gracias a ellas. El mundo está lleno de gente buena, aunque no tengan los focos delante.
¿Diría que toda ficción es política?
Creo que sí, de forma inevitable. Realmente todo lo que decimos y todo lo que hacemos, cómo nos comportamos en público y en privado, o cómo nos relacionamos con los demás, son actos políticos. Cuando veo que se critica a un artista por opinar de algún tema político me parece ridículo, porque no hay nada que no lo sea en mayor o menor medida. De hecho, cuando defiendo el poder de lo colectivo y la fe en el ser humano frente a los discursos de odio, me estoy posicionando políticamente.
LUCÍA TOLOSA
Ethic (*)
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