La ciencia, en su esencia, es el aliento vital de la humanidad: un lenguaje sin fronteras que entrelaza las inquietudes del individuo con las aspiraciones universales. En una sociedad democrática y avanzada, la Ciencia, en su sentido más amplio, no es simplemente un lujo; es el motor que impulsa el desarrollo humano, el progreso tecnológico y la solución de problemas sociales y globales.
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Noelia Cigüenza Riaño
Ignorar este impulso sería condenar al país a la incertidumbre. Sin la ciencia como eje, sin la visión estratégica que el ministerio promueve, los sueños de desarrollo se diluyen en espejismos, y las herramientas para edificar un futuro sólido se desvanecen. La indiferencia hacia el conocimiento no solo apaga faros de esperanza, sino que deforma el mapa hacia la autonomía tecnológica, la soberanía alimentaria y la salud pública.
Adriana Ocampo Foto:Nasa
Colombia, al abrazar la ciencia como política de Estado, no solo evita extraviarse en la neblina de lo efímero, sino que descubre su capacidad infinita de reinventarse. El Ministerio de Ciencia y Tecnología encarna esta convicción: es el puente entre el hoy y el mañana, el espacio donde las ideas se vuelven proyectos, y los proyectos, herencias para las nuevas generaciones. En su labor incansable reside la fuerza para convertir los desafíos en oportunidades y las metas colectivas en realidades perdurables.
Breve historia del impacto científico de Colombia
Colombia tiene una rica, aunque a menudo subestimada, historia científica. Desde los hallazgos de la Expedición Botánica en el siglo XVIII, hasta la fundación de instituciones como el Observatorio Astronómico Nacional en 1803, la primera aerolínea en Suramérica (1919), el país ha sido pionero en investigaciones que mezclan ciencia y biodiversidad. Este legado también se refleja en las contribuciones de científicos contemporáneos que lideran proyectos en áreas como la biotecnología, la astronomía, el espacio y la medicina tropical.
El peso del silencio: cuando la ciencia pierde su voz
Imaginen laboratorios convertidos en espacios vacíos, donde proyectos de energías limpias se marchitan como jardines sin riego; jóvenes investigadores migrando con maletas cargadas de fórmulas inéditas, porque los fondos para sus tesis se esfumaron entre recortes burocráticos. Visualicen escuelas rurales donde los pupitres se cubren de polvo, y niños y niñas que jamás descubrirán el nombre científico de la mariposa que sobrevuela su ventana.
El Ministerio de Ciencia y Tecnología e Innovación de Colombia, oprimido por la desinversión, vería truncados sus esfuerzos por sanar heridas profundas: hospitales sin equipos para diagnosticar enfermedades olvidadas, comunidades indígenas sin herramientas para proteger sus semillas ancestrales, ciudades costeras sin datos para predecir el avance del mar y protección de su biosfera.
Cada peso restado a la ciencia no es solo un número en un informe: es el éxodo de talentos, la lentitud de una innovación que podría salvar vidas, el abismo que separa a una sociedad de su propio potencial.
Reducir la financiación amenaza con limitar la capacidad del país para generar conocimiento propio. Foto:iStock
Sin ese oxígeno financiero, hasta las ideas más brillantes se asfixian en el letargo, y el futuro se reduce a un presente estancado, donde las respuestas se pierden en el eco de las preguntas no financiadas. La ciencia, entonces, no sería faro de conocimiento, sino un lamento.
Reducir significativamente la financiación científica amenaza con limitar la capacidad del país para generar conocimiento propio, obligándonos a depender de tecnologías y soluciones importadas. Esto no solo debilita la soberanía tecnológica, sino que también retrasa el progreso en áreas críticas como la educación, la salud y la sostenibilidad ambiental.
Un ministerio de ciencia robustamente financiado escribe su legado en números: por cada peso invertido en sus laboratorios, se cosechan tres en avances médicos que prolongan vidas, en tecnologías limpias que purgan el aire de ciudades asfixiadas y en empleos especializados que rompen el ciclo de la pobreza. Las estadísticas son testigos silenciosos: donde la inversión científica supera el 1 % del PIB, la mortalidad infantil se disminuye por lo menos un 15 %, los cultivos resisten el embate climático y las patentes brotan como semillas en tierra fértil, multiplicando hasta diez veces el valor inicial de los recursos invertidos.
Cada cifra es el pulso de un futuro que se construye: financiar la ciencia no es gastar recursos, sino irrigar con savia de progreso las raíces que hoy se siembran en la tierra del mañana. Así, el árbol social florece y se eleva hacia horizontes donde cada peso invertido se ramifica en hojas de bienestar y sombras protectoras para las generaciones venideras.
Además, la ciencia es esencial para promover la inclusión. Un país que invierte en investigación ofrece oportunidades para que sus ciudadanos, independientemente de su origen, contribuyan al desarrollo. Al disminuir el presupuesto, se recortan programas destinados a la formación de nuevos científicos y se cierra la puerta a soluciones innovadoras que podrían beneficiar a comunidades vulnerables y toda la sociedad.
Los peligros de esta decisión van más allá del ámbito científico; afectan el tejido mismo de una sociedad democrática que aspira al avance colectivo. Sin ciencia, perdemos la capacidad de anticiparnos a problemas globales como el cambio climático, pandemias, crisis energéticas y posibles riesgos astronómicos de asteroides o cometas. Al descuidar este tejido vital de una sociedad, Colombia arriesga su competitividad en el escenario internacional y, peor aún, compromete el bienestar de futuras generaciones.
Es fundamental reflexionar sobre las prioridades como nación y reivindicar la inversión en ciencia como un deber moral y estratégico. La ciencia no es un gasto; es una inversión en la resiliencia, la creatividad y la visión de una Colombia que aspira a liderar y no simplemente a seguir. ¿Podremos recuperar este compromiso antes de que será demasiado tarde? Esta es una pregunta que merece la atención urgente de todos los colombianos.
La ciencia, guiada por instituciones comprometidas en el bienestar y avance de la humanidad, no es solo luz: es acción, es rumbo, es legado. Y en esta tierra de diversidad, un Ministerio de Ciencia y Tecnología e Innovación con todas sus instituciones, que este bien financiado aseguraran que su llama nunca cese de iluminar.
ADRIANA OCAMPO*
* Geóloga Planetaria, miembro de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Colombia