Hay parejas que con los años convierten el catre en escritorio. Lo que antes fue campo de batalla, circo erótico y escenario de epopeyas, hoy es más bien mesa de noche con función extendida. La actividad sexual se programa como si fuera una cita médica: breve, precisa, sin demoras ni improvisaciones. Y claro, con ese libreto, no hay planta baja que resista.
Porque cuando las ganas se vuelven trámite, el deseo se escapa por debajo de la puerta. El aquello, que alguna vez fue explosión, aventura y carcajada, termina convertido en rutina de calendario. Y entonces no hay lubricante emocional que salve la jornada.
La propuesta, entonces, no es cambiar de pareja, sino cambiar de escena. Dejar que vuelvan la risa, el juego, el atrevimiento. Atreverse a mover el catre de lugar, a ponerle música al cuerpo, a usar las palabras como caricias y el humor como lubricante. A veces la novedad no está en lo que se hace, sino en cómo se mira. Y sí, las ganas vuelven. Siempre vuelven. Pero no toleran el aburrimiento.
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Lo que no se puede perder es la complicidad. Esa que permite que la planta baja no sea territorio olvidado, sino espacio grato y explotable. Que la cama no sea escritorio, sino refugio. Que la actividad sexual no sea deber, sino fiesta.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO