Sáb. Abr 19th, 2025
La trágica vida de Sándor Márai contrasta con la irrenunciable visión irónica que permea toda su obra. En esta pequeña joya publicada póstumamente y cuyo protagonista es un perro, el narrador no desaprovecha ocasión para burlarse de la vida de los engreídos bípedos.
Se dice que algo anda mal para decidirse cobardemente a escribir sobre un perro y no sobre las verdades tan necesarias para la vida humana. Este aire socarrón que recorre el libro no es más que un velo superficial que tiene como trasfondo una época -la novela ocurre en Hungría, en 1928- marcada por la incertidumbre y la inestabilidad política y económica. Este período de entreguerras es de una grandísima fertilidad para las artes; las vanguardias se aventuran sin miramientos a romper los cánones pero, lamentablemente no sirvieron de resistencia para impedir la entronización de la barbarie con el ascenso de los fascismos.
Sin duda, la descripción del entorno social en el que vive el perro dice tantísimo de la naturaleza humana y sus pequeñeces porque, como dice el autor, “limitarse a evocar el idilio entre hombre y perro no es, en efecto, una tarea emocionante, pero tal vez, si se observa de cerca al perro, se logre averiguar algo sobre el ser humano. Y ya explicarán los profetas lo que tiene de pequeñoburgués que, en un momento histórico en el que el hombre lleva una vida de perros, alguien busque averiguar algo sobre la condición humana a través de un can.”
A través de la relación con el perro, nos llegan ecos esenciales de la vida del narrador: cómo va su vacilante matrimonio, su difícil relación con la escritura, su falta de disciplina, los conflictos familiares y con sus vecinos. La profundidad de las descripciones del alma humana y de este mundo titubeante nos recuerdan grandísimas novelas de Márai como ‘La mujer justa’, o ‘El último encuentro’, que nos regalan emociones profundas, como el texto final de este ‘Perro con carácter’: 
“…vamos comprendiendo que, en el fondo, lo que amamos no es necesariamente lo hermoso y lo bueno, sino lo que se revuelve, gruñe y nos muestra los dientes; aquello que, en vez de virtud y aceptación, significa rebelión e incluso yerro; y también que, en última instancia, amamos más los defectos que las cualidades de los otros. Ya sabemos, querido lector, que esa es una moraleja bastante banal, pero también es una verdad de la que no se puede prescindir ni en la vida ni en el arte, y que bien vale una mordedura de perro”.
Exdirectora de la Biblioteca Nacional y propietaria de Ficciones Bar de libros

Por CHMATOS