Desde hace semanas era conocido que el 2 de abril sería una fecha clave para la economía mundial. En repetidas ocasiones el propio Donald Trump había advertido que ese día daría a conocer las medidas de su administración orientadas a borrar el saldo en rojo que tiene Estados Unidos en su intercambio comercial con el resto del mundo.
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Las bolsas se desploman tras la represalia arancelaria de China a productos de EE. UU. Foto:AFP
No se trató de una promesa lejana sino de algo con efecto inmediato. A partir de ayer los artículos que entran a la tierra del Tío Sam comenzaron a pagar gravámenes adicionales del 10 % a los ya existentes, aparte de unas cuantas excepciones que incluyen al petróleo y casos que reciben un tratamiento especial como los vehículos con el 25 %.
Además, el miércoles que viene entrarán en vigor lo que Washington describe como tasas recíprocas, orientadas a castigar a aquellos que supuestamente les ponen barreras a los bienes made in USA o registran un superávit importante con EE. UU. De tal manera, las exportaciones de la Unión Europea pagarán 20 % en total, las de India 27 %, las de Japón 24 % o las de Vietnam 46 %. El golpe más grande acabará siendo para China con un 34 % adicional a las cargas que ya se le habían aplicado, con lo cual la tarifa combinada llegó al 65 %.
Aunque se dio a conocer una fórmula que en principio habría sido utilizada para diferenciar entre unos y otros, hay casos absurdos. El más risible es el de las Islas Heard y McDonald, un territorio australiano cerca de la Antártida habitado por pingüinos y focas, que fue incluido en la lista de sanciones, aunque ahí no vive ningún ser humano.
Nada de eso hará que Trump dé marcha atrás. Exultante, el mandatario aseguró que la jornada en la cual dinamitó las estructuras que impulsaron el comercio internacional después de la Segunda Guerra Mundial entraría en la historia, siendo recordada como el “día de la liberación”. De manera reiterada insistió en que vendrá una época de prosperidad nunca vista en su país, por cuenta de un renacimiento industrial que permitirá sustituir aquello venido de afuera.
Donald Trump impone aranceles a un archipiélago remoto habitado por pingüinos y focas. Foto:EFE
Sin embargo, en las horas siguientes quedó en claro que los mercados opinaron otra cosa. Así se infiere de lo ocurrido con los precios de las acciones en las principales bolsas del mundo, las cuales tuvieron una descolgada que no se veía desde la aparición de la pandemia y la llegada de los confinamientos obligatorios a lo largo y ancho del planeta.
Entre todas las plazas, la de Nueva York acabaría siendo la más damnificada. Tras las sesiones de jueves y viernes el índice más representativo –el S&P 500– tuvo una caída superior al 10 %. En términos de valor, las compañías listadas en Wall Street vieron evaporarse 5,4 billones de dólares lo que equivale a un verdadero terremoto bursátil con réplicas en Asia y al otro lado del Atlántico.
Falta todavía mucho antes de que se pueda hacer un balance, pero por ahora es indudable que las perspectivas de la economía mundial se ensombrecieron. En lugar del aterrizaje suave que tuvo lugar en los últimos años cuando se sortearon con éxito las presiones inflacionarias, ahora todo apunta a un “barrigazo”.
Y lo peor es que no se trata de un hecho fortuito, ocasionado por factores exógenos, como pasó con la emergencia sanitaria. En este caso la crisis es responsabilidad de alguien que actuó movido por su terquedad, en contra de las advertencias de los expertos.
El origen
Quizás en su defensa Donald Trump pueda argumentar que sus opiniones son las mismas de siempre. Basta recordar que en septiembre de 1987, cuando contaba con 41 años, el entonces magnate de la finca raíz pagó de su propio bolsillo un anuncio de una página en los diarios The New York Times, The Washington Post y Boston Globe.
Palabras más, palabras menos, su carta abierta a la opinión planteaba los puntos que esgrimiría desde cuando decidió meterse en política: “acabemos nuestros enormes déficit, reduzcamos nuestros impuestos y dejemos crecer nuestra economía”, sostuvo en aquel momento. El tono de la misiva estaba más orientado a los gastos de defensa, algo que sigue siendo una obsesión hasta el día de hoy, aunque también al comercio.
Si la manera de pensar del presidente de Estados Unidos no ha cambiado ¿Por qué fue menos ambicioso durante su primera administración? La explicación es que el equipo que tenía en 2017 se resistió a ir tan lejos y lo contuvo con excepción de China, a la cual empezaron a apretársele las clavijas, y de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte que incluye a Canadá y México.
Así mismo, la burocracia estatal compuesta por funcionarios de carrera se encargó de entorpecer la adopción de medidas extremas. Ello explica por qué ahora un Trump repotenciado no solo se ha rodeado de gente que no lo contradice, sino que le ha dado luz verde a Elon Musk para que, hasta la fecha, despida a más de 60.000 empleados federales a diestra y siniestra.
Los vehículos hechos fuera de EE. UU. tendrán un arancel del 25 %. Foto:AFP
Dicho lo anterior, los integrantes del gabinete presidencial y los observadores externos creían que vendría algo mucho más moderado en materia de aranceles, con tiempos de ejecución largos. Dentro de ese imaginario, que Estados Unidos mostrara los dientes abriría espacios de negociación que darían lugar a acuerdos bilaterales con el fin de disminuir un déficit comercial que año pasado ascendió a 1,2 billones de dólares.
Sin embargo, lo hecho la semana pasada equivale a patear la estantería. Aliados y contradictores de Washington recibieron el mismo tratamiento hostil, con lo cual se ha creado un clima de confrontación.
En respuesta, unos pagarán con la misma moneda, como lo hizo China el viernes, que le impuso un arancel de 34 % a los productos estadounidenses. Falta también ver la contestación de los demás, pues algunos intentarán el diálogo directo para bajar la tensión y otros optarán por una señal más contundente a través de sanciones del mismo tenor que pueden abarcar campos adicionales que afecten a las grandes multinacionales norteamericanas.
Ante los vientos de guerra comercial, la volatilidad está de vuelta, el nerviosismo entre los inversionistas es la nota predominante y muchos buscan refugios en medio de la incertidumbre. Prueba de ello es que la onza de oro llegó a otro máximo histórico el miércoles al superar los 3.160 dólares y, a pesar de una reducción posterior, está 33 % más cara que hace un año.
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Como si lo anterior no fuera suficiente, en materia geopolítica el pronóstico es malo. Al tiempo que Israel sube la apuesta en Gaza y el Medio Oriente pasa por una gran inestabilidad, las perspectivas de alcanzar la paz en Ucrania, o al menos llegar a un cese del fuego, son pocas. Europeos y canadienses se sienten traicionados por el que fue su gran aliado y ahora buscan otras rutas hacia el futuro. Todo ello hace que el clima de cooperación internacional sea el más hostil en décadas.
Nubes negras
De vuelta a la economía, las inquietudes son evidentes. Tan solo con lo sucedido hasta ahora resulta muy probable que los precios de los artículos que tienen un componente importado aumenten para los consumidores en los Estados Unidos.
Manifestantes se reúnen en el National Mall, Washington, para la protesta nacional contra Trump. Foto:AFP
Aún si algunos productores ubicados en el extranjero deciden abrir plantas en territorio norteamericano, nada sucederá de la noche a la mañana, sino que el proceso tomará años. En el entretanto la gente pagará más en la caja registradora cada vez que haga una compra y eso reducirá el ingreso disponible.
Para países que dependen de la venta de bienes primarios, como Colombia, la situación no se ve fácil, así en materia arancelaria haya salido mejor librado que otros
La combinación de ambos factores ha hecho que resucite el término estanflación, que es la combinación de estancamiento con inflación. Si la nación más poderosa en el planeta entra en recesión, eso será un lastre a nivel global que golpeará la demanda de bienes primarios.
Esa es la razón por la cual la cotización del barril de petróleo bajó a 65 dólares la semana pasada y la de minerales claves como el cobre disminuyó en casi 10 por ciento. Para países que dependen de la venta de bienes primarios, como Colombia, la situación no se ve fácil, así en materia arancelaria haya salido mejor librado que otros.
A todas estas, las mayores presiones inflacionarias harán más difícil que el Banco de la Reserva Federal en Washington disminuya su tasa de interés. Esa es una mala noticia no solamente para los deudores estadounidenses, sino para empresas y países que toman créditos en dólares.
Otras dudas tienen que ver con la sostenibilidad de la deuda pública de Estados Unidos que es la más alta de su historia, sobre todo si Trump trata de rebajar los impuestos como ha prometido y el déficit fiscal aumenta. Unos más pronostican el declive del dólar, desde hace más de un siglo la moneda de reserva dominante y referente de las transacciones globales.
Además, falta ver lo que le sucederá al comercio internacional. El año pasado, según las Naciones Unidas, este llegó a 33 billones de dólares, incluyendo bienes y servicios. Las nuevas barreras harán casi imposible que ese número se pueda superar y menos si el crecimiento global se vuelve raquítico.
Al mismo tiempo aquellos más impactados por los aranceles de Trump buscarán colocar sus excedentes en otros mercados. Acusaciones de competencia desleal y nuevas fuentes de tensión podrían aparecer para dar paso a restricciones unilaterales pues más de uno tomará el ejemplo estadounidense como excusa.
Tampoco se puede olvidar que el campo de batalla se puede extender a otros sectores. Por ejemplo, la Casa Blanca solo habla del déficit comercial en lo que atañe a los bienes, pero no reconoce que en el campo de los servicios registra un superávit cercano a los 300.000 millones de dólares.
Cuando a ese número se le agregan las utilidades de los gigantes de la tecnología en diferentes latitudes, el saldo a favor sube hasta casi un billón de dólares. Debido a ello, quienes quieran infligirle daño a Estados Unidos pueden optar por ponerle el equivalente de aranceles a las actividades de firmas tan conocidas como Meta o Google, al igual que impuestos a la repatriación de ganancias o sobretasas de renta.
América Latina tiene mucho que ganar, en caso de mantener sus canales de comunicación abiertos con Estados Unidos y preservar sus buenas relaciones con China
Nada de eso sería deseable, pues esta apunta a ser una guerra sin ganadores. A la larga la única que sufrirá será la economía mundial, que por cuenta del despegue del comercio internacional experimentó su mayor periodo de prosperidad en la historia de la humanidad, a lo largo de los últimos ochenta años.
La gente se reúne para la protesta «¡Manos fuera!» contra las políticas del presidente Donald Trump. Foto:AFP
Gracias a esa circunstancia, la pobreza extrema disminuyó hasta afectar a menos del 10 % de la población del planeta y las naciones emergentes hoy tienen una mayor tajada del producto interno bruto global. Es verdad que todavía hay niveles de miseria apabullantes en diferentes continentes y que la desigualdad de ingresos viene en aumento, pero no hay duda de que colectivamente todos podremos salir mal librados si lejos de disminuir la confrontación actual aumenta.
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¿Puede Trump dar marcha atrás? Nadie lo sabe realmente. Por una parte, está su trayectoria como negociante que sube la apuesta para obtener algunas concesiones. Por otra, aparece su obstinación que raya en el fanatismo, como lo muestran sus más recientes mensajes en X.
Dentro de los frenos posibles, está el de la política. Si la situación en Estados Unidos empeora, los votantes acabarán castigando el Partido Republicano en las elecciones legislativas de finales del año que viene, un motivo por el cual los dirigentes de esa colectividad le piden moderación al Ejecutivo.
Cualquier escenario, en todo caso, es inquietante. Eventualmente se llegará a un nuevo equilibrio, pero no sin antes dejar pérdidas y damnificados. Reconstruir la confianza perdida tomará décadas, algo lamentable a la luz de tantos desafíos colectivos que comienzan con el calentamiento global y siguen con la seguridad o las presiones migratorias.
Si la situación en Estados Unidos empeora, los votantes acabarán castigando el Partido Republicano en las elecciones legislativas de finales del año que viene
Claramente, el nuevo mapa de riesgos viene acompañado de oportunidades. Si juega bien sus cartas, América Latina tiene mucho que ganar, en caso de mantener sus canales de comunicación abiertos con Estados Unidos y preservar sus buenas relaciones con China. A lo anterior se suma la posibilidad de estrechar lazos con Europa, acercarse a lo que se conoce como el sur global y avanzar en una verdadera integración que acerque a sus más de 600 millones de habitantes.
No obstante, para que eso ocurra la región necesita menos ideología y más pragmatismo. A su favor cuenta con recursos naturales inigualables y una población todavía joven, pero requiere de la capacidad de entenderse y de adelantar un buen número de reformas pendientes. Solo así saldrá mejor librada en un mundo que no volverá nunca a ser el mismo de antes.
RICARDO ÁVILA
Analista sénior