Lun. Jun 2nd, 2025
Por siglos, la humanidad ha buscado formas de hacer el aquello sin que el resultado sean nueve meses de reflexión forzada. Porque el deseo es rápido, pero la paternidad/maternidad es a largo plazo. Así nació el glorioso arte de la anticoncepción, también conocido como “gracias, pero sin consecuencias”. Y aunque la historia suele contarse desde la perspectiva de la planta baja femenina, no nos olvidemos de que los hombres también tienen mucho que ver… empezando porque, bueno, son el 50 % del asunto.
Retrocedamos. En el Antiguo Egipto, mientras se aplicaban pastas viscosas en departamentos inferiores –algunos con excremento de cocodrilo, por si las ganas se desbordaban–, el varón promedio pensaba que con cerrar los ojos y encomendarse a Ra bastaba. Spoiler: no bastaba.
Ya en la Edad Media, el asunto empeoró. El catre se volvió territorio de culpa y silencio. La Iglesia se metió entre las sábanas y el hombre medieval –si es que pensaba en algo más allá del próximo jabalí que iba a cazar– solía dejar toda la responsabilidad en ella, la comadrona o el destino.
Pero tranquilos, varones: no todo estaba perdido. A partir del siglo XIX, los caballeros empezaron a usar preservativos de tripa de oveja. Eran caros, incómodos y a veces venían con instrucciones que requerían formación en ingeniería textil, pero eran un comienzo. Y sí: eran reutilizables. Lo que demostraba que si se quería evitar hijos, podía también evitarse el plástico de un solo uso.
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El Sinovul es formulado como anticonceptivo y tratamiento de algunos trastornos de esta naturaleza.

Foto:iStock

Hoy, con condones, DIU, implantes, parches, aplicaciones y hasta apps que predicen las fases lunares relacionadas con el departamento inferior, todavía muchos hombres creen que “eso lo maneja ella”. Como si el aquello no fuera, en esencia, una coreografía con al menos dos participantes.
Por eso, esto no es solo para celebrar la historia del “no, gracias”. Es para proponer un nuevo capítulo: uno donde el varón deje de ser un invitado pasivo y se convierta de verdad –aunque ya se ha cansado algo por esa senda– en socio responsable del catre. Que hable, que pregunte, que se informe. Que no crea que con “ponerse el condón” ya cumplió su cuota ética.
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Así que, caballeros, a poner de su parte. Porque el aquello puede ser delicioso, pero solo cuando se hace con cabeza… y no solo con una. Hasta luego.
ESTHER BALAC
Para EL TIEMPO

Por CHMATOS